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Erroxeli Ojinaga Filibi
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La dación en pago ya la inventó Julio César
Perdonó al deudor insolvente los intereses atrasados a cambio de que entregara sus bienes al acreedor, medida que reclaman al Gobierno de Rajoy miles de amenazados de desahucio
04.11.12 - 02:01 -El Correo JAVIER MUÑOZ | BILBAO
Marlon Brando, en una escena de la película 'Julio César' |
La dación en pago (el cliente insolvente del banco salda la
hipoteca entregando la vivienda) ocupará a buen seguro las
deliberaciones del Gobierno de Mariano Rajoy y el PSOE para reformar el
procedimiento de ejecución hipotecaria. Jueces y abogados denuncian que
este mecanismo de la Ley de Enjuiciamiento Civil actúa como un proceso
sumarísimo contra el deudor de buena fe que ha dejado de pagar sus
cuotas por una causa de fuerza mayor (paro). El estallido de la burbuja
inmobiliaria, la delicada situación de los bancos; y por último, la
deflación y el desempleo provocados por las políticas de austeridad han
atrapado a miles de deudores modestos, que no solo pierden su casa, sino
que arrastran una deuda imposible de sobrellevar, originada por una
tasación irreal del inmueble.
La respuesta a ese drama puede estar en la Historia y el
Derecho romano. Porque hace algo más de dos mil años, la República de
Roma tuvo el mismo problema, y Julio César lo resolvió con una fórmula
análoga a la dación en pago. Ocurrió durante la segunda guerra civil, en
la que César derrotó a Pompeyo. En aquellos tiempos, la actividad
financiera había experimentado un enorme desarrollo, y los tipos de
interés habían caído al 6%. Era más o menos la mitad de lo habitual en
la Antigüedad, una época en la que escaseaba el dinero circulante y
muchos préstamos no eran más que anticipos de tesorería. El crédito más
barato sirvió para amasar fortunas y creó una clase social de nuevos
ricos que facilitaron el tránsito de la República al Imperio. Pero al
mismo tiempo los vaivenes económicos que desencadenaban las crisis
políticas y las guerras convirtieron a los pequeños propietarios en
deudores insolventes.
Había enormes tensiones sociales. Los seguidores de Julio
César, que formaban el partido ‘democrático’ o cesariano, reclamaron la
cancelación general de las deudas, una reivindicación que ya había
aparecido en otros tiempos y que estaba en el origen de grandes
revueltas. Sin embargo, como les ocurre hoy a los bancos, los acreedores
no querían ni oír hablar de ello, así que el victorioso Julio César se
encontró atrapado entre dos bandos. Y con un inconveniente añadido: él
también había sido un deudor, y no de los pequeños. Los dispendios que
hubo de realizar para impulsar su carrera (pagar a sus legiones,
financiar espectáculos que le hicieran popular) le dejaron en algún
momento un pasivo de 25 millones de sextercios.
Todo esto lo cuenta Theodor Mommsen, autor de la monumental
Historia de Roma, una obra clásica que se ha quedado anticuada en
algunos aspectos, según el criterio de los especialistas, pero cuya
lectura todavía fascina, entre otras razones porque está escrita con la
mirada de un historiador y jurista alemán de mediados del siglo XIX.
«Las más funestas desigualdades en la distribución de las fortunas se
produjeron a partir del momento en que la agricultura y la economía
mercantil tuvieron por únicos fundamentos el capital y la especulación»,
dice Mommsen acerca de Roma.
La República se había convertido en «una sociedad compacta
de millonarios y mendigos», un mundo cada vez más desigual en el que las
deudas eran una cuestión política. Y Julio César no tuvo más remedio
que enfrentarse a ella. Lo primero que hizo fue plantarse ante las
demandas populistas, negándose a abolir las deudas de un plumazo
(Cicerón le debía dinero a él). Sin embargo, dictó dos leyes para
auxiliar a los prestatarios insolventes. Una de ellas les perdonó los
intereses atrasados y descontó del capital principal los réditos que
habían pagado. La segunda ley estableció que el acreedor cobraría lo que
le debían con los bienes muebles e inmuebles del deudor. Tales bienes
recibirían una valoración anterior a la guerra civil, ya que desde
entonces habían sufrido una fuerte depreciación.
A Theodor Mommsen le pareció un trato razonable. «Al ser el
acreedor considerado como el propietario de los bienes del deudor hasta
donde alcanzase la cantidad debida, era justo que soportase su parte en
la pérdida que hubieran experimentado los bienes en garantía». Julio
César había arbitrado una especie de dación en pago, la alternativa que
los juristas reclaman al Gobierno de Mariano Rajoy. Pero entonces no fue
una solución muy bien acogida. La idea de que prestamista y prestatario
compartieran equitativamente las pérdidas no contentó a nadie, y menos a
los extremistas del partido cesariano. Hoy se conformarían con ella
miles de familias españolas amenazadas de desahucio.
Mommsen explicó el significado de las medidas tomadas por
Julio César para ayudar a los deudores y para poner freno “al poder
abusivo del capital». «Fue el primero -escribe el historiador- que
concedió al insolvente la facultad que todavía hoy sirve base a todas
las liquidaciones de bancarrota. En lo sucesivo, fuera o no suficiente
el activo para el pago del pasivo, el deudor, por el abandono de sus
bienes, y salvo la limitación de sus derechos honoríficos o políticos,
conservó al menos su libertad. De esta forma pudo comenzar de nuevo la
vida de los negocios, sin que se restara de su pasivo anterior, no
cubierto por la liquidación de la bancarrota, sino solamente la cantidad
que pudiese pagar, sin arruinarlo por segunda vez. Al emancipar de esta
suerte la libertad individual de la servidumbre del capital,
conquistaba el gran demócrata una gloria imperecedera».
César hizo otras reformas importantes. Trató de ordenar las
prácticas de los banqueros, exigiéndoles que invirtieran en tierras de
Italia una suma equivalente a los dos tercios de todo el dinero que
habían prestado con interés. La norma cayó en desuso, y varias décadas
después, cuando el Senado exigió que se cumpliera y ordenó a los
prestamistas que arreglaran sus balances, se produjo una descomunal
crisis bancaria e inmobiliaria en Roma, un desastre que se extendió por
las principales plazas financieras del Imperio. El colapso aconteció el
año 33 después de Cristo. Solo se superó gracias a que el emperador
Tiberio inyectó en el mercado 100 millones de sextercios, a tres años y
sin interés, para que los banqueros pudieran prestar. Pero esa es otra
historia...
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