El encantador efecto Guggenheim Urdaibai.

El encantador efecto Guggenheim Urdaibai.
(Relato fantasioso)

Desde hace ya un tiempo, los intereses ocultos aunque evidentes de una información
privilegiada, las transacciones de terrenos encubiertas o interpuestas en Urdaibai, las excesivas
irregularidades cometidas en numerosas construcciones, presuntas rehabilitaciones, reformas
inadecuadas, alteraciones estéticas formales y texturales han sido desgraciadamente constantes
durante muchos años, especialmente incluso desde la declaración en 1984 de Reserva de la
Biosfera de esta zona de Busturialdea. Consentidas tradicionalmente por ayuntamientos del
PNV, el partido dominante en la comarca con casos escandalosos como autorizar irregularidades
a un ex-lehendakari o a personajes influyentes y artistas famosos.

El Guggenheim, cuya dirección está bajo sospecha por el escandaloso fraude económico
cometido y consentido, tiene una trayectoria muy oscura ya en las contrataciones de personal
entre familias de destacados miembros del omnipresente partido regionalista PNV. Desde
empleados administrativos hasta el hijo del tristemente famoso represor Juan Mari Atutxa,
nombrado directamente jefe de seguridad.

Para intentar remediar la crisis económica, que en ningún caso es imputable a limitaciones por
la declaración de Reserva de la Biosfera, y activar el empleo en Busturialdea se intenta seducir a
la población con un proyecto-trampa, que sirve para favorecer a un clan, disfrazándolo de una
fábrica de riqueza por doquier. Los insinuados nada menos que 5336 nuevos puestos de trabajo,
un tercio de la población de Gernika, obligan a reforzar la atención en el batzoki que es el lugar
donde se conceden habitualmente estos empleos en función de un curriculum de afiliación y
generosidad dadivosa con el partido.

Se intenta crear un escenario virtual donde se sueña con turistas de todo el mundo que vuelvan
de nuevo a Euskal Herria, si es que se enteran donde están cuando han venido, o que vengan por
primera vez para, una vez visto y fotografiado el perro floreado Puppy, el edificio del museo por
fuera y el atrio, verdadero y casi exclusivo sentido de la visita. Esa humanidad que al estilo del
peregrinaje a La Meca al menos una vez en la vida habrán cumplido con su cuota cultural que
les garantiza una existencia sensorialmente más feliz. Estos neonómadas arrastrando sus maletas
rodadas crearán una nueva, ruidosa y perpetua melodía urbana: el himno a la euforia turistica.
Muchedumbres inquietas que tras haber comido los consabidos pintxos entre humos de tabaco
por el aire y papeles por el suelo, y pernoctar en Bilbao tal vez en el Hotel Ercilla entre toreros,
fulanas y súbditos del GAL que por allí todavía pululan, o incluso en pisos patera, pasarán la
noche en trance artístico esperando con gran inquietud las primeras luces del día para, tras
tomar el viático (alimento para el camino), y salir presurosos a emprender el reparador viaje
estético cultural hacia Urdaibai.

Los ertzaiñak más civilizados, aunque escasos, debidamente ataviados con boinas rojas, serán
apostados en todas las paradas del Bizkaibus, Euskotren, cruces de caminos y carreteras para
que los excitados e impacientes penitentes no se extravíen y acudan raudos a su predestinado
destino incluso les repartirán publicidad, para menguar sus míseros salarios, de bocaterías, bares
y visquerías quizá más al gusto de los asistentes. Además,, si rebasasen el cupo ecológico por
impacto de curiosos y mirones los apartarían en espera de una orden de poder reemprender la
romería expiatoria.

Allí, urdaibaitarras reciclados les saludan en inglés, gud mornin les aparcaran el coche o
abrirán la puerta del taxi, incluso les esperarán en la estación de Euskotren o en la parada de
Bizkaibus repartiendo tarjetas y acompañando al restaurante caracterizado con vistosos carteles
de English spoken y paneles encabezados por el rotulo del brebaje Coca Cola con fotos de
platos combinados y menús, entre ellos la tradicional paella y sangría como refrescante bebida
típica en al menos cinco lenguas. Ya en la barra, junto a ejemplares de El C(h)orreo del español
y Marca antes de pasar al comedor, todo en estilo neobatzoki con las televisiones, encima de
tragaperras, a buen volumen transmitiendo algún partido de futbol de cualquier parte del mundo,
les invitarán a una ronda de txakoli, antes de que se aposenten a comer alubias, pimientos y el
pastel Gernika. Si son un grupo importante y dan alguna propina, puede ser que haya aurresku
de salutación.

Muchos, miles, previa y debidamente orientados, habrán acudido a un destacado lugar arbolado
y ajardinado donde se sitúa el museo mágico y ya desde fuera contemplarán que efectivamente
el territorio tiene mucho verde de vegetación, azul de marisma y afectivamente que el viaje
merecía la pena. El impacto emocional ecológico naturalista habrá sido de tal envergadura
“Efecto Guggenheim Urdaibai” que incluso muchos en un trance de delirio paisajístico se
plantearán ante el recinto si merece la pena entrar y pagar, sufridos ya los abusivos precios de la
entrada al edificio de Bilbao, porque poco puede haber ya que supere tanta hermosura en este
paraíso servido como sueño. Al fin y al cabo el lugar es irrepetible, el tiempo escaso y lo que
pueda haber en el interior o muy parecido o del mismo autor, puede estar en cualquier otro sitio,
basta con inmortalizarlo con un fugaz fotografía incluso torcida y a contraluz. A nadie le
importará esta imprevista y reiterada renuncia. Ya han cumplido su objetivo: consumir y
contribuir a la riqueza del Basque Country.

En medio de la suculenta libación, apartando un poco las cortinas de abundantes visillos
amarilleados por antiguas emisiones de Farias y Partagás contemplarán el nuevo paisaje vasco,
con más jatetxeak enfrente, pero aliviados por una enorme fotografía aérea de Urdaibai que
preside el comedor, junto a otro televisor, que recordará como fue la comarca antes de la
colonización americanizada. Tras un buen trago de patxaran y otros espirituosos algunos, para
demostrar querer integrarse en nuestro pueblo, incluso gritarán Gora ETA, sin saber lo que
dicen. Al final, en la despedida se abrazarán con los nativos que en un gesto de entusiasmo
estudiado les regalarán su txapela, y otras de repuesto preparadas, acompañada de unas
entrañables palabras Zan yu, zan yu beri matx, en la puerta indicándoles o acompañando si es
preciso, ya habrán perdido el sentido de orientación, el camino de la parada o estación, donde
alguno más observador y aturdido por tanta amabilidad dirá con buena voz y tonalidad graciosa,
agur, escarricasco.

En el trayecto tendrán la ocasión de detenerse un rato en las numerosas tiendas de souvenirs que
proliferarán en las inmediaciones donde podrán adquirir toda la imaginería imaginable de
mercancía turístico emocional, tanto propia como ajena: postales, botas de vino, alpargatas,
sombreros charros, gafas de sol y cremas, quizá alguna boina de txapeldunak, camisetas del
Athletic y del Barça que se venden bien, bandejas repujadas, abanicos con bailaoras y toreros y
fundas para el móvil con la imagen del Guernica y el árbol. Se precisarán numerosos buzones
de correos y cubrir toda la comarca con antenas de telefonía móvil y conexión Wifi para
asegurar que los relatos que las multitudes visitantes emitan en directo sus espectaculares
experiencias, por banales que sean, puedan llegar raudas y nítidas a todo el orbe.

Las tarjetas de crédito dejarán un extenso y continuo reguero de riqueza y al día siguiente,
habitualmente el lunes los bancos ingresarán asimismo ingentes cantidades de dinero. La
felicidad social se expandirá rápida y continuamente por la comarca y el país crecerá en alegría,
bienestar y prosperidad. En un clima de abundancia opulencia y ostentación se recuperarán las
ganas de vivir y de acudir a este neoparaiso bascongado.

También se precisará colocar cajeros automáticos por todas partes junto a kioscos con los
principales periódicos del mundo en atención a tan plurinacionales turistas y maquinas de
refrescos refrigerados para apaciguar la sed producida por el empacho cultural y el otro. Además
sería conveniente una nueva escuela de hostelería adecuada a la particular idiosincrasia, gusto y
especialidades de los centenares de miles de visitantes previstos y lógicamente habrá que crear
una escuela de idiomas para reciclar a tan “primitivos nativos”.

En estas circunstancias la Isla de Izaro sin urbanizar es un inconcebible desperdicio. Incluso
alguno quizá piense en habilitar un muelle del puerto de Bermeo para el atraque de cruceros de
tamaño medio desde los que en cómodas barcazas llegarían al museo dotado de un embarcadero
al estilo de Venezia donde el Guggenheim tiene una sucursal en Ca´Vernier frente al Canal
Grande, con lo cual la simbiosis vizcaino-veneziana sería total.

Asimismo toda la señalización viaria deberá ser trilingüe, incorporando al menos el inglés, para
que no se desorienten y protesten los españoles y otros extranjeros, y en los rótulos que indican
el inicio del municipio, compitiendo con el tradicional Ongi Etorri se añadirá un escueto pero
inteligible Welcome. Es más, el consejero vasco de Cultura y Política Lingüística junto con el de
Educación, muy preocupados por la incidencia de la inmersión lingüistica en la sociedad vasca,
con la nueva Ley de Educación ya han anunciado en exclusiva para Berria y Gara, la
conveniencia de sustituir el euskera batua por el euskenglish, con la aprobación por silencio
contemplativo de Euskalzaindia.

No obstante, de acuerdo a las recomendaciones de UNESCO, se prevé rehabilitar algún baserri
significativo y estratégico para dedicarlo, en un alarde de estética y diseño abertzale, a
dispensario cultural temporal. En concreto, considerando que el visitante sensible por breve que
sea su estancia en este paraíso exuberante de hermosura estará sometido a tal acumulación de
goces, similares a un éxtasis, en una inmersión y delirio de belleza, lo que se conoce como
“Síndrome de Stendhal”, Urdaibaifilia, es necesario adoptar medidas preventivas, iniciativa
mundial que tendrá un efecto muy positivo para la humanidad. Todo ello gracias al Guggenheim
y los urbanizadores-destructores del PNV.

Desde la inauguración del edificio Guggenheim en 1997, se está instaurando alentada por las
administraciones y exagerada repetitivamente por ciertos medios de comunicación como EiTB y
Vocento el grupo de comunicación dominante y contamínate ideológicamente, una mentalidad
perversa que concibe al forastero, visitante o turista, solamente como un mecanismo de gastar
dinero continuamente para solucionar una economía industrial en cierto declive, en parte por
excesos del pasado. Esta mercantilista sino miserable apreciación sitúa al viajero como un objeto contributivo, extorsionable monetariamente. Y obviamente como el personaje deseado
que resolverá nuestro futuro como país. No importa que perdamos la idiosincrasia por un
puñado de euros. Ya lo previno urbi et orbi el supremo hechicero desde el Vaticano: Totus tuus,
que podría entenderse como “todo turismo”. 

Es preferible, al menos personalmente, un visitante que vea nuestro país, Euskal Herria, que se
haga un bocadillo, se aloje en tienda de campaña, se desplace preguntando cosas y se interrogue
sobre hechos y circunstancias socio culturales palpables, etnografía, lengua, idiosincrasia, a un
turista que duerma en hotel de cinco estrellas haya desayunado ojeando periódicos antivascos,
los únicos que les ofertan en estos recintos, aislado en su medio de locomoción, un taxi
Mercedes con aire acondicionado y los cristales tintados, indiferente al entorno inmediato y se
atragante entre los dichosos pintxos y los abusivos restaurantes de embaucadores cocineros
globalizadores. Personas o más propiamente gente, masas, tropa, que recolectan multitud de
imágenes digitales mirando sin ver y creyendo que han estado en el norte de España.

Ya lo anticipaba, ante el anuncio de instauración del Guggenheim, el gran creador vasco Jorge
Oteiza (1908-2003): "En cambio ahora se van a exponer estas mierdas que no sirven más que
para el negocio de los restaurantes”
, y continuaba,"¡Qué tristeza para este pueblo convertir la
cultura en un elemento para dar de comer a los turistas!”
, (Deia 2/10/1991).

¡Que desgraciado sino y destino tener que acabar invocando continuamente al turista!,
mendigando para que se quede un rato más y poder, con el mínimo esfuerzo y como sea, restarle
más dinero para sumar rápidos beneficios. En esta reciente y ridícula súplica, devoción y
veneración al turista se acabará erigiendo una escultura de homenaje en perpetuo
agradecimiento por su dadivoso tránsito por nuestros caminos a modo del antiguo y tradicional
humilladero: es decir un monumento a la humillación.


Iñaki Uriarte
Arquitecto vasco
Bilbao, 2012

Con motivo del 15 aniversario de la inauguración del Guggenheim Bilbao Museoa
Ampliado y de plena actualidad doce años después

Comentarios