Cambio de mentalidad en Busturialdea-Urdaibai

Kamchatka


Cambio de mentalidad en Busturialdea-Urdaibai

NAIZ  11/07/2025
 
Ramón Zallo
Catedrático emérito EHU 
 
Parece que vivimos en un presente continuo y sin mayores cambios, pero imperceptiblemente el tiempo, y abruptamente los acontecimientos y circunstancias, nos cambian. Hace 5 años, la bella comarca de Busturialdea vivía plácidamente su lenta agonía.

Había una funcionalidad tácita entre: el abandono institucional en infraestructuras e iniciativas económicas −Sollube, segundo tramo de Autzagane, Bermioko Portue, Polígono−, con la excusa de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y asumido socialmente con resignación; una percepción social sobre la alta calidad del medio natural –un Shangri-La en un rincón de Bizkaia− y el arraigo local, aunque hubiera que desplazarse para ir a trabajar; un ecologismo meritorio y minoritario, satisfecho de haber logrado la declaración de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, aunque el Plan de Armonización de Desarrollo de Actividades Socioeconómicas de Desarrollo se quedara a medio camino; y una crítica sorda de dueños de terrenos y otros sobre las exigencias y restricciones del Patronato por aplicación de la Ley de Protección y Ordenación de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai de 1989.

A día de hoy las cosas han cambiado, y mucho. Hay un cambio de mentalidad en un amplio espectro. Y tanto el proyecto de Plan Económico Comarcal de Busturialdea como el proyecto del Guggenheim Urdaibai no van a tener más remedio que tenerlas en cuenta, aunque hasta ahora no lo hayan hecho. El anuncio de impactos posibles del Guggenheim Urdaibai, la experiencia de la covid-19, la socialización de preocupaciones tiene bastante que ver con ello.

En primer lugar, el ecologismo, no como teoría sino como actitud, se ha generalizado como reacción a que se pretenda tocar una zona núcleo de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, se altere el dominio público marítimo terrestre en el terreno de los astilleros y sus accesos, para una actividad económico-cultural de uso masivo y mercantilización de un espacio natural y comunitario de modo completamente distinto al respetuoso uso comunitario y vecinal. Este valor lo comparten tanto quienes se oponen radicalmente al Guggenheim Urdaibai, como quienes piensan en ello como una oportunidad a no perder. La inmensa mayoría ve la Reserva de la Biosfera de Urdaibai como un activo, y no como un hándicap.

En segundo lugar, se ha disparado la preocupación general por el futuro económico de la comarca, temática que ha ganado un lugar central cuando se ha percibido que no se le ofrecía más destino que el turístico y que no se generan recursos para dar aplicación laboral a las altas capacitaciones de la nueva gente joven de la comarca, que tendría que repetir el destino de caravanas mañaneras de sus padres como una maldición. Hay conciencia de deuda histórica –no atendida− con la comarca.

En tercer lugar, el turismo ha perdido muchos enteros en la opinión pública tras constatarse las saturaciones destructivas de Barcelona, Donostia o Gaztelugatxe, su impacto en la artificialización de los modos de vida locales, el encarecimiento de la vivienda y del coste de la vida por efecto de una actividad que fundamentalmente beneficiaría al gremio hostelero –implicando lamentables condiciones de trabajo−, empresas de consumo y propietarios de viviendas turísticas. Sobrepasado un umbral, de maná posible ha pasado a ser una amenaza para una comarca pequeña.

En cuarto lugar, se ha revalorizado simultáneamente la conciencia de pertenencia a Busturialdea y a Urdaibai, ambos como territorios de identidad, el primero con acento humano, y el segundo, con acento natural. Hoy hay una actitud social defensiva si se amaga con tocar a cualquiera de ellas.

En quinto lugar, con esta actitud sensible, las personas se interesan por lo que hacen las instituciones −incluso cambian de voto− y se fijan en las gobernanzas, que desean democráticas y participativas. Los modos de gestión del proyecto del Guggenheim Urdaibai han sido absurdos. Pretendiendo evitar el debate que hubo en Bilbao, se han ido al extremo contrario, la clandestinidad, con apariciones como las de Banksy, pero no en murales, sino en “El Correo”.

En sexto lugar, se va abriendo paso un debate sobre la diferenciación entre lo público, lo común y lo privado, ante la preocupación de que los intereses privados capturen y colonicen espacios e instituciones públicas.

Por último, todo lo anterior no solo es parte de la opinión pública de Busturialdea, sino que la gente ha recurrido a la movilización masiva para mostrarlo, cosa que no ocurrió con el Guggenheim Bilbao. Es significativo.

Es seguro que todo lo dicho aflorará en el «proceso de escucha» en curso, incluso entre quienes no tengan opinión formada por alegar falta de información, o puedan verle alguna ventaja al proyecto Guggenheim Urdaibai, o estén radicalmente en contra. Es pensamiento compartido que envía señales fuertes.

En este marco, que augura, si no se reconducen las cosas, choques traumáticos, especialmente con el tema de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, se vuelve plausible la búsqueda de alguna salida digna y aceptable para todos, tanto con el Guggenheim Urdaibai –ya defendí que cabría ceñirlo solo a Gernika-Dalia y sobre arte vasco, por ejemplo− como con el Plan Económico Comarcal de Busturialdea que se va a aprobar, que debería ir acompañado de un compromiso de encadenarlo con otros dos planes en un horizonte a largo plazo hasta cubrir las mínimas necesidades tractoras a 10-15 años vista, para dar un vuelco a la hoy agónica economía y bienestar de la comarca, en claves intersectoriales, descarbonizadas, innovadoras y de infraestructuras mínimas.

¿Oído cocina?

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