Otxandio: Cuando los daños colaterales son el objetivo

Iñaki Egaña

El miércoles 22 de julio de 1936 se anunciaba otro día radiante del verano de 1936. Serían las nueve de la mañana cuando apareció una avioneta en el despejado cielo de Otxandio que, tras efectuar una serie de evoluciones, descendió paulatinamente para situarse a escasa altura, hasta el extremo de que la tropa y todos los niños arremolinados en torno a ella, vieron a su piloto saludar con pañuelos al vecindario. Esta actitud y el hecho de que la avioneta no llevara distintivo alguno hizo creer a los presentes que se trataba de un aparato amigo. Al sobrevolar la plaza, la avioneta arrojó unos objetos que los niños corrieron a recoger pensando que se trataba de algún tipo de regalo. ¡Qué lejos estaban de la realidad! Los objetos lanzados, con la mano y no con algún artilugio propio de un bombardero, no eran sino bombas de tres o cuatro kilogramos de peso. El vecindario, ante la sorpresa aterradora, huyó en todas direcciones buscando refugio en los bajos de sus viviendas. Pero las bombas atravesaban fácilmente los tejados, penetrando en el interior y sembrando la tragedia. Cumplido el objetivo y ante la amenaza de que alguna bala lo derribase, la avioneta abandonó el cielo de Otxandio hacia Gasteiz, dejando la población envuelta en polvo y humareda. Uno de los primeros en comprender la magnitud de la tragedia fue el médico de Otxandio José Antonio Maurolagoitia. Uno de los informes realizado para el Gobierno Civil, probablemente suyo, era realmente estremecedor: "Desgajados miembros humanos, vísceras palpitantes y cabezas seccionadas de sus cuerpos por la metralla y aún gesticulantes, esparcidas por el suelo. Masas encefálicas pegadas a las paredes. Niños sin piernas o a falta de un brazo desangrándose entre los cascotes de las ruinas, se dirigen angustiados a él en euskera pidiéndole que les ayude y salve. Moribundas mujeres estrechando contra su pecho, los despojos humanos de lo que fue su hijo. Gritos y angustiosos lamentos se oyen bajo los escombros. En resumen: la bestialidad de la guerra en toda su crudeza y realidad". En la primera lista de bajas producidas por el bombardeo, figuraban doce cadáveres sin identificar a causa de las mutilaciones, 26 muertos y 12 heridos de gravedad. Ni heridos leves, ni desaparecidos entraron en esta lista. Más tarde las víctimas definitivas se cifraron en 84 muertos, de los cuales 45 eran menores de 15 años, y 113 heridos. Varias familias de Otxandio desaparecieron al morir todos sus componentes, entre ellas la del matrimonio de María Pinto y Ambrosio Lersundi, fallecidos junto a sus hijos Sabin, Iñaki y Justo. Emeterio Garcés, murió también durante el bombardeo, al igual que sus cinco hijos Pedro, Teodoro, Juan Manuel, Mertxe y José Mari. El parte de la Comandancia Militar frnaquista fue reflejo de la brutalidad de la guerra y la primera muestra del estilo que los facciosos querían imprimir a la contienda: "La aviación ha infligido un duro golpe a grupos de rebeldes que se hallaban concentrados a retaguardia de la villa de Otxandiano".

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