Vascos víctimas de los nazis y del olvido

65 años después de los campos de concentración

A pesar de que han transcurrido ya 65 años de la liberación de los campos de concentración nazis, poco se sabe de los 185 ciudadanos de Hego Euskal Herria que fueron deportados a ellos. Hoy en día aún hay familiares de los 88 muertos que siguen recibiendo información acerca de aquel hermano, tío o abuelo del que durante décadas no supieron nada. 



Agustín GOIKOETXEA

El campo de concentración de Neuengamme, a 15 kilómetros del centro de Hamburgo, cerca del río Elba, fue liberado por los aliados el 29 de abril de 1945. Por él pasaron 106.000 represaliados. Desde el 13 de diciembre de 1938 hasta su cierre, según las estimaciones oficiales, perdieron la vida en la instalación dirigida por las SS nazis 56.000 personas, tres de ellos, desvelan los archivos del Ministerio español de Cultura, eran vascos: el donostiarra Ramiro Jorge, el etxalartarra Felipe Sansiñena y el zumaiarra Tomás Zubizarreta.

Al igual que el resto de su familia, Arritxu Uranga Zubizarreta, sobrina de este último, no supo durante décadas del paradero de su tío. En ese tiempo, la única referencia fueron los datos aportados por el pequeño de sus tíos, Hilario Zubizarreta, quien tenía en su poder tres cartas escritas de puño y letra por su hermano, fechadas el 11 de julio, 19 de agosto y 12 de setiembre de 1943. Hilario, gudari del batallón Gernika, trató de indagar dónde se encontraba su hermano, que se exilió tras la victoria franquista y fue recluido en un campo de refugiados. «Allí perdió la pista de Tomás», rememora la sobrina, que recuerda que su tío, afincado ya en Bidarte, repetía a menudo: «Ése ha muerto allí -en referencia a su hermano y el campo- y no lo encuentro». Sus pesquisas le llevaron incluso a pedir información a Moscú.

La luz se hizo hace unos meses para esta familia zumaiarra, cuando Pilar Pardo, una sevillana implicada desde 2008, a título personal, en investigar todo lo relacionado con las víctimas de los campos nazis de «nacionalidad española», se puso en contacto con Arritxu Uranga para informarle de que su tío Tomás fue deportado a Neuengamme y, más tarde, trasladado a Bergen-Belsen, otro campo de concentración en la Baja Sajonia, donde falleció. Así, pudieron saber que su familiar era otra víctima más de la maquinaria criminal nazi.

Una carta era también la única pista que tenía la madre de Anton Gandarias de su tío Ángel Lekuona, hasta que hace diez años comenzó a navegar en internet a la búsqueda de información. «Desde el campo de Buchenwald me enviaron muchísima información (fotocopias del registro de entrada al campo, el carnet de preso,...) y eso me animó a seguir», comenta su sobrino. Todo no fue positivo, recuerda, «a ratos sí que ha sido difícil, hay momentos en que lo dejas todo, porque recibes muchas negativas, sobre todo de algunos profesionales de la investigación histórica, tal vez -apunta- porque sospechen que con la información que te vayan a proporcionar vayas a escribir un Best Seller o un Pulitzer de investigación periodística. Y ésa no es mi intención».

Lekuona, explica Gandarias, nació el 1 de marzo de 1913 en el caserío Apraize del barrio busturiarra de Altamira. Era el mayor de once hermanos, de una familia muy pobre, lo que le obligó a embarcar muy joven en pesqueros. Tras realizar el servicio militar en la Marina, llegó la sublevación fascista y Ángel Lekuona luchó en el bando republicano, lo que le llevó a huir en 1940 al Estado francés por la frontera catalana.

«Estuvo interno en el campo de Gurs. Por motivos que desconocemos, fue castigado y enviado al fuerte de Háa, en Burdeos. De allí, al campo de Compiègne, en el norte de París. Más tarde lo trasladaron al campo de Buchenwald. Desde este campo sufrió otro traslado hasta el de Flôssenburg, donde el 10 de abril de 1945 fue fusilado en uno de sus subcampos. Por lo que sabemos ¯aclara su sobrino- su cuerpo fue incinerado en el crematorio de Praga».

Antes de las pesquisas de Anton, sus padres recibieron una carta de un compañero de campo de su tío, Gregorio Uranga, que residía en Urruña y era natural de Errenteria. «Mis padre, allá por los años 70, intentaron localizar a Uranga, pero no lo consiguieron, al parecer se trasladó a vivir a París. Cuando, bastantes años más tarde, retomé la investigación, localicé a unos familiares de Gregorio en Errenteria, pero me comunicaron que había fallecido hacía un mes. Una verdadera pena», indica.

Las primeras pesquisas de la familia Lekuona no fueron fáciles. «Ni mis abuelos, ni los hermanos de Ángel tenían posibilidades ni económicas ni físicas. En esa época era mayoritario el sentimiento de decir: `déjalo, no vamos a arreglar nada y sólo nos puede traer problemas'. Incluso hoy en día, a mí, así me lo han dicho más de una vez». Uno de los anhelos de Gandarias, en la actualidad, «sería poder hablar con alguna persona que hubiera estado prisionera en el campo de Flossenbûrg».

Otra de las víctimas vascas de la deportación fue el hernaniarra Juan Manuel Larburu, refugiado en Urruña y que -según se recoge en el libro ``El camino de la libertad. Florentino Goikoetxea y otros hernaniarras en la lucha contra el nazismo durante la II Guerra Mundial'', de Juan Carlos Jiménez de Aberasturi- fue apresado por tropas alemanas en el caserío Bidegain-Berri junto a unos aviadores ingleses y otros miembros de la reconocida red Comète, encargada de poner a salvo a los pilotos aliados que caían en territorio bajo el control alemán.

Larburu fue conducido el 3 de junio de 1943 a la prisión de Fresnes y de allí al campo de Compiégne, hasta que el 19 de enero 1944, por orden de la Policía nazi de París, fue trasladado a Buchenwald y luego a Flossenbûrg, donde murió el 4 de abril de 1944 con 32 años. Tal y como se recoge en la obra de Jiménez de Aberasturi, el hernaniarra, que recibió a título póstumo la Medalle from Freedom norteamericana y el diploma firmado por el general Eisenhower agradeciendo la ayuda prestada a los combatientes aliados que escapaban del enemigo, la causa de la muerte fue, según el registro del campo, «Herzchewäche, algo así como ¡debilidad de corazón!».

Larburu, que era el primogénito del caserío Berakorte de Hernani, se incorporó durante la guerra del 36, tal y como se recoge en la publicación, al Ejército franquista. En el frente de Lleida, cerca de la frontera con Aragón, fue denunciado como «rojo» por un vecino suyo. Atemorizado por su futuro, teniendo aún fresco el caso de su primo Juan José Elustondo, que fue fusilado en Andoain tras una denuncia similar, cruzó la muga, retornando a Barcelona. Al caer la capital catalana, se estableció en Urruña.

Indemnizaciones del Gobierno francés


En 200o, el Gobierno francés instituyó mediante el decreto 200o-657 del 13 de julio una indemnización a los huérfanos cuyos progenitores fueron víctimas de persecuciones antisemitas y racistas durante la guerra de 1939-1945. Numerosas asociaciones solicitaron desde 2001 al Ejecutivo que otros huérfanos de víctimas de la barbarie nazi pudieran también verse amparados por las ayudas, explica Pilar Pardo Vázquez.

Así, se creó una comisión y el 27 de julio de 2004 se publicó un nuevo decreto -el número 2004-751- que extiende el reconocimiento en forma de indemnización económica a los sufrimientos padecidos por los huérfanos cuyos progenitores fueron víctimas de «actos de barbarie durante la Segunda Guerra Mundial»; en agosto de 2009 se modificó el decreto para la revalorización anual de la renta mensual.

Entre los beneficiarios de tal prestación están los hijos de los deportados fallecidos en los campos nazis. Están excluidos, subraya Pardo Vázquez, hijos e hijas de quienes salieron con vida. «El único requisito que tienen que cumplir los hijos es que fueran menores de 21 años cuando deportaron a su padre. Yo -apostilla esta sevillana muy implicada en la divulgación de este asunto- sólo me he encontrado un caso de un hijo mayor de 21 años».

La medida de reparación toma la forma, a elección del beneficiario, de una indemnización de paga única de 27.440,82 euros, o una renta vitalicia de 457,35 euros mensuales. «Esta pensión mensual se revaloriza anualmente y este año está en 480,50 euros», apostilla Pilar Pardo.

«La pérdida de un padre y el inmenso sufrimiento no se paga con esa cantidad, que ni siquiera paga el trabajo que realizaron» en los campos, comenta la octogenaria Carmen Regina Viana, hija de Segundo Viana, una de aquellas víctimas que ha logrado percibir la indemnización gracias a la labor de Pardo. Pardo dio con Carmen tras lograr localizar a un primo suyo, Javier Iriarte Viana, que reside en Bujanda y cuyo teléfono facilitaron responsables municipales. Irineo Jiménez Viana, desde la ciudad brasileña de Sao Paulo, explica a GARA que su abuelo -natural de la localidad de Bujanda, hoy incluida en el municipio alavés de Kanpezu- se exilió al Estado francés tras la caída de Barcelona en manos de las tropas de Franco.

Jiménez Viana, de 45 años, explica que su abuela y su madre supieron de la muerte del practicante y peluquero originario de Arabako Mendialdea, el 27 de octubre de 1944, dos años después de que falleciera, el 14 de julio de 1942, en el campo austriaco de Mauthausen, uno de los complejos más grandes que crearon los nazis para el exterminio de los considerados por ellos «enemigos políticos incorregibles del Reich»; allí fueron a parar la mayoría de los deportados de Hego Euskal Herria víctimas mortales, 56 de los 88. Viana ejerció de peluquero en Mauthausen, tal y como comunicó a su mujer, que sobrevivió gracias a la cosecha que obtenían de una finca en Bujanda y cuyos excedentes -apunta su hijo- vendía en Bujanda y Zaragoza, de donde era natural su abuela.

«Carmen, mi madre, vio por última vez a su padre en 1939, cuando tenía 9 años, al tener que marcharse mi abuelo a Francia ante la inminente entrada de Franco en Barcelona, al igual que decenas de miles de republicanos ante el temor de la represión que se anunciaba», señala su nieto 71 años después desde Sao Paulo. Fue precisamente en el consulado del Estado francés en esa ciudad brasileña donde los descendientes de Segundo Viana formalizaron la petición de indemnización, asesorados desde Sevilla por Pilar Pardo en 2009.

Los descendientes de Viana en Brasil mantienen hoy en día vinculos con familiares en Gasteiz, Bujanda, Barcelona, Granada y Zaragoza, con los que periódicamente se comunican. Irineo Jiménez subraya que, al contrario que el Gobierno francés, la Administración española «nunca» se ha interesado por ellos o les ha aportado datos acerca de su abuelo, víctima de los campos de exterminio nazis.

Sin datos oficiales


Desde Busturia, Anton Gandarias confirma la ausencia de comunicación oficial por parte de alguno de los gobiernos implicados por algún motivo en aquellos hechos, ya sea alemán, francés o español. «Desde el campo de Flossenbûrg me indicaron que tal vez sería posible conseguir un certificado de defunción de Ángel Lekuona. Asimismo, según las investigaciones históricas que desde el mismo campo se han realizado, durante los últimos días del campo -aclara su sobrino- se produjeron bastantes fusilamientos, pero éstos, al contrario de otros que se realizaron a lo largo de la vida del campo, no están documentados ni inventariados».

La familia Lekuona, como otras, no ha recibido ningún tipo de reconocimiento gubernamental personal. «El Ayuntamiento de Busturia se ha volcado en todo lo referente al caso de Ángel, así como en el de los vecinos de Busturia que fueron fusilados en agosto de 1937», resalta Gandarias, que añade: «Todos los años, durante el primer fin de semana de agosto se realiza un sentido homenaje a estos vecinos represaliados y asesinados por las hordas fascistas, por defender la libertad. Yo estoy muy agradecido a la Corporación municipal por el apoyo que he recibido y por el interés que ha puesto en recuperar la memoria histórica de Busturia. Paradójicamente, nadie sabía nada sobre Ángel Lekuona».

A este respecto, comenta que «cuando fuimos mi hermano y yo al Ayuntamiento con un dossier que preparamos, con la intención de que, coincidiendo con el 60 aniversario de la liberación de los campos de concentración, se celebrara un pleno especial en el que se hiciera mención al asesinato de Ángel Lekuona. Fue entonces -subraya Anton Gandarias- cuando tuvieron conocimiento de las vicisitudes de este vecino».

Quien no desfallece en su labor es Pilar Pardo, empeñada en divulgar la realidad de las víctimas de los campos y en las indemnizaciones que otorga el Ejecutivo francés. «El divulgar este decreto, un triunfo de la sociedad civil, es hablar de cómo Francia asume su responsabilidad en la deportación desde su territorio, y de la reparación, reconocimiento y trato que otorga a las víctimas y a sus hijos. Y es -subraya esta sevillana- un modelo a imitar por otros gobiernos que tan poco han hecho por sus víctimas».

«Aparte del hecho concreto del cobro de la indemnización, me interesa la información de todo tipo que estoy facilitando a familiares y ayuntamientos. Y a estos últimos les incito a que homenajeen a sus paisanos fallecidos o liberados», manifiesta Pardo. Esta activista de la memoria histórica dice haber localizado a un centenar de hijos. «De forma desinteresada, a la mayoría de ellos les he preparado la solicitud», apostilla desde la capital andaluza, además de haber localizado e informado a «un grupo numeroso de hermanos, sobriños, sobrinos-nieto,...»; entre ellos a Puri Irusta, sobrina del debarra José Irusta, muerto en Dachau en 1944.
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Españoles en Mauthausen

Los deportados españoles en Mauthausen y los datos que deberían estar en los libros de historia

  • Preguntas y respuestas sobre los prisioneros españoles que pasaron años en los campos de concentración alemanes
  • Quiénes y cuántos eran, cómo llegaron allí y cómo los categorizaban los nazis
¿Quiénes eran los deportados españoles?
Todos los españoles que acabaron en los campos de concentración nazis se habían exiliado en Francia tras la victoria franquista de 1939. A partir de ahí hubo dos grupos: la mayoría de los deportados sirvieron en las filas del Ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial, capturados por los nazis en junio de 1940, y enviados a los campos desde agosto de ese año hasta finales del siguiente; un porcentaje más reducido perteneció a la Resistencia, fueron detenidos por la policía francesa y la Gestapo y conducidos a los campos en 1942, 1943 y 1944. Existe un caso excepcional y de especial gravedad que no entra en ninguno de estos dos grupos, el llamado «convoy de los 927», formado por civiles que se encontraban refugiados en el campo de Les Alliers, junto a la ciudad francesa de Angulema, en el que había hombres, mujeres y niños.

¿Cuántos fueron y cuántos murieron?
Los españoles que estuvieron recluidos en los campos de concentración nazis, de los que hay constancia documental, ascienden a 9.328. De ellos murieron 5.185, sobrevivieron 3.809 y figuran como desaparecidos 334. Estos datos representan una tasa de mortalidad del 59%.

¿En qué campos estuvieron?
Mauthausen y los subcampos que dependían de él recibieron el mayor número de prisioneros españoles. En total fueron encerrados allí 7.532, de los que murieron 4.816. Eso supone una tasa de mortalidad del 64%. La mayoría de ellos perecieron en Gusen, un subcampo situado a 5 kilómetros de Mauthausen. A él fueron a parar 5.266 españoles de los que fueron asesinados 3.959.

Dachau y Buchenwald recibieron a unos 1.100 españoles de los que, al menos, 500 murieron o fueron dados por desaparecidos.

Ravensbrück fue el campo de las mujeres. Por él pasaron unas 170 españolas de las que fallecieron, al menos, 14.

También hubo españoles en otros campos como Bergen Belsen, Auschwitz, Flossenbürg, Natzweiler, Neuengamme, Sttuthof, Sachsenhausen, Gross-Rosen, Aurigny, Guernesey y Neu Bremm

¿Cuándo fueron encerrados?
Los primeros republicanos llegaron a Mauthausen el 6 de agosto de 1940. Eran 400 hombres trasladados desde el campo de prisioneros de guerra de Moosburg, cercano a la ciudad alemana de Múnich. En un plazo de poco más de un mes llegarían otros cinco convoyes cargados con cerca de 900 españoles. Desde ese momento, el flujo prácticamente se detuvo hasta que en diciembre de 1940 comenzó el gran desembarco. Entre el 13 de diciembre y el 27 de enero llegaron más de 3.000 españoles a bordo de tres grandes transportes. Otros 1.300 lo harían entre marzo y abril. A partir de ahí, y hasta diciembre, los ingresos se redujeron notablemente y apenas llegaron 600 hombres repartidos en pequeños grupos. La gran deportación española a Mauthausen concluyó el 19 de diciembre de 1941, con la llegada del último convoy con más de 300 republicanos, procedentes del stalag XVII-B, situado junto a la ciudad austriaca de Krems. Desde entonces y hasta el final de la guerra seguirían entrando españoles con cuentagotas. La práctica totalidad de ellos eran miembros de la Resistencia francesa capturados por la policía francesa de Pétain y por la Gestapo.
¿Eran un colectivo claramente definido?
Tras ser capturados por las tropas alemanas, los españoles fueron recluidos, junto a los soldados franceses y británicos, en campos para prisioneros de guerra donde se respetaba la Convención de Ginebra. Sin embargo, el Régimen franquista negoció con la cúpula del Reich y con el gobierno colaboracionista de Pétain el traslado de todos ellos a campos de concentración donde debían ser exterminados.

Esta decisión política también se notó en el tratamiento diferenciado que recibieron los deportados españoles a su llegada a Mauthausen.

En el sistema represivo nazi, la obsesión por el orden y la catalogación les hizo crear un símbolo para diferenciar a cada grupo de prisioneros. Los judíos portaban en sus uniformes la estrella de David, mientras el resto lucía un triángulo invertido. Los delincuentes comunes lo llevaban de color verde, los presos políticos rojo, a los homosexuales se les había reservado el rosa, a los gitanos y asociales el negro, y a los testigos de Jehová y objetores de conciencia el morado. En el interior del triángulo, los prisioneros que no eran de origen alemán llevaban, además, la letra inicial de su país.

La lógica haría pensar que los españoles recibirían el triángulo rojo de prisioneros políticos, como de hecho ocurrió, años más tarde, en el resto de los campos. Sin embargo, en Mauthausen, los republicanos españoles recibieron el triángulo azul que les distinguía como apátridas. Un triángulo azul sobre el que aparecía escrita una «S» que les definía como spanier, es decir, como apátridas españoles. Toda una contradicción solo explicable por el deseo del régimen franquista de ni siquiera reconocerles como compatriotas. En los libros de registro del campo y en la mente de los SS, esa definición era un poco más amplia: todos los recién llegados eran registrados como « rotspanier». La explicación de por qué aquellos hombres nacidos en una nación amiga del Reich, como era España, merecían estar en ese lugar obedecía a una sencilla razón: se trataba de «rojos españoles».
¿Quiénes eran sus guardianes?
Los campos de concentración estaban en manos de los SS y no del Ejército regular alemán como ocurría en los campos de prisioneros de guerra. Aún así, los alemanes organizaron un sistema de vigilancia destinado a evitar, todo lo posible, el contacto con los prisioneros a los que consideraban untermenschen, infrahombres. Para ello dieron galones a determinados reclusos que eran realmente los encargados de mantener la disciplina en el interior del recinto y en los distintos grupos de trabajo (llamados kommandos). Estos presos cómplices recibían el nombre de « kapos» o «cabos de vara». En Mauthausen esos puestos los ocuparon, principalmente, delincuentes comunes alemanes; mientras que en Gusen, fueron prisioneros polacos. Unos y otros se caracterizaron por ser más sanguinarios que los propios SS.

  ¿De qué murieron?
El listado de métodos de tortura y asesinato es interminable. Los españoles perdieron la vida de todas las formas imaginables: fusilados, apaleados, gaseados, ahorcados… Sin embargo, la mayoría pereció por un cóctel letal de hambre, trabajo esclavo y unas condiciones sanitarias deplorables que provocaban todo tipo de enfermedades.

¿Cuánto tiempo pasaron allí?
Mauthausen y sus subcampos fueron liberados el 5 de mayo de 1945. Por tanto, la mayoría de los supervivientes pasaron más de cuatro años encerrados tras sus alambradas.

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