Escocia se va… ¿o la echan?

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Escocia se va… ¿o la echan?

El nacionalismo escocés ha servido para desnudar y poner de manifiesto el nacionalismo inglés. Las reivindicaciones y la identidad escocesa han conseguido que los ingleses reflexionen también sobre su identidad y el modelo de Estado que realmente quieren

Por Igor Filibi, *
Profesor de Relaciones Internacionales UPV/EHU -

Domingo, 29 de Enero de 2012 -
EL año pasado, el Scotish National Party (SNP-Partido Nacional Escocés) ganó las elecciones escocesas con mayoría absoluta. Uno de los puntos clave de su programa electoral era la celebración de un referéndum sobre la independencia de Escocia hacia 2014. Hace unos días, el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, aceptaba la celebración de ese referéndum y se comprometía a aceptar el resultado que saliese. Sin embargo, ponía dos condiciones: debería producirse en los próximos 18 meses, antes de lo que planteaba el SNP, y la pregunta debería ser únicamente sí o no, es decir, apoyar la independencia o seguir como hasta ahora. El SNP ha replicado que debería contemplarse también la posibilidad de obtener más autonomía, pero dentro de la Unión. Tampoco les gusta que el gobierno británico les imponga la fecha. Al margen de estas cuestiones, que deberán ser negociadas, se trata de un verdadero órdago que ha cambiado el panorama político británico.
Para analizar esta situación, es útil recordar un caso similar que sucedió hace dos décadas en Checoslovaquia. Dicho Estado siempre tuvo dos almas, la checa y la eslovaca, pero la dominante siempre fue la checa, apoyada por el Partido Comunista. Sin embargo, con el fin de la Unión Soviética y el abandono del comunismo, la cuestión de las relaciones entre checos y eslovacos se convirtió en uno de los puntos centrales de la política checoslovaca. Los eslovacos, la nación minoritaria, exigían un reconocimiento en pie de igualdad, con una mayoría de ellos abogando por la independencia. La respuesta checa fue sorprendente. No aceptaban compartir el Estado, porque ellos eran la nación mayoritaria y querían un Estado dominado por la cultura checa. Entendían que un Estado plurinacional no sería viable y, en cualquier caso, no lo deseaban. Por ello, hicieron una propuesta muy clara a los eslovacos: o seguían perteneciendo a Checoslovaquia tal y como estaba, o se iban y creaban su propio Estado. No querían un Estado plurinacional. Sin embargo, entendían que los eslovacos deberían tener el mismo derecho a poseer su Estado nacional. Tras un breve periodo de reflexión, los eslovacos aceptaron el órdago y crearon su propio Estado el 1 de enero de 1993. Fue un proceso rápido y absolutamente pacífico que mereció el nombre de Divorcio de Terciopelo.
Volviendo al Reino Unido, desde la Unión con Inglaterra (1707), siempre ha habido un sector de los escoceses que prefería la independencia. Incluso quienes se sentían cómodos dentro del Reino Unido han tenido siempre claro que Escocia es una nación distinta. Quienes no lo han tenido tan claro han sido los ingleses. Saben, por supuesto, que el Reino Unido no es lo mismo que Inglaterra, pero consideran que lo que dota al Estado de coherencia es un inconfundible aire típicamente inglés. Aún está muy reciente el imperio y la supremacía inglesa.
Podemos encontrar un buen ejemplo de esto en el fútbol. Los escoceses siempre han animado a su selección con la bandera escocesa. Sin embargo, los ingleses animaban a Inglaterra con la bandera británica, que era el emblema del Estado, no de su nación. Solo en la década de 1990 los ingleses comenzaron a asumir la diferencia y a mostrar su propia bandera. Los ingleses han tenido que ir aceptando que una cosa es el Estado y otra, su nación.
A pesar de este ejemplo y otros similares, todo el mundo habla del nacionalismo escocés, pero nadie se fija en el inglés. El nacionalismo escocés ha servido para desnudar y poner de manifiesto el nacionalismo inglés. Además, las reivindicaciones y la identidad escocesa han conseguido que los ingleses reflexionen también sobre su identidad y el modelo de Estado que quieren. Cuando, a finales de los años 60, las reivindicaciones nacionalistas irlandesas y escocesas forzaron al Estado a afrontar el debate, los ingleses no tuvieron más remedio que comenzar a pensar en estas cuestiones. Se creó una comisión que durante cuatro años examinó diversas opciones de organización del Estado: devolución de poderes (autonomía), federación, confederación e incluso la independencia de Escocia.
El informe final, conocido por el nombre de su presidente, Lord Kilbrandon, fue entregado en 1973 y constituyó el punto de partida de un enorme debate político. Este informe planteó varias conclusiones importantes. Por una parte, reconocía que para saber si un colectivo humano constituía o no una nación, el único medio válido era preguntar la opinión de sus habitantes. Esto asentaba la idea de que Escocia era una nación, ya que era obvio que una amplia mayoría de sus ciudadanos así lo consideraba. Por otra parte, respecto a las opciones concretas de encaje de las diversas naciones en el Reino Unido, la comisión rechazaba las opciones de independencia, federación y confederación, por diversos motivos, y sugería que la mejor solución pasaba por iniciar un proceso de devolución de poderes que crease un parlamento escocés con cierto grado de autonomía política. Entre 1974 y 1978 el gobierno británico se volcó en redactar una propuesta viable sobre el encaje político de Escocia. Mientras tanto, en el parlamento británico los debates se centraron en la cuestión de si era compatible la devolución de poderes dentro de un Estado unitario.
En ese contexto, un diputado de la región de West Lothian planteó en 1977 una cuestión decisiva que aún hoy no está resuelta. La inminente creación del parlamento escocés creaba un problema, porque los diputados escoceses tendrían representación en el parlamento británico y podrían votar también en los asuntos internos de Inglaterra, pero los diputados ingleses no tendrían representación, ni voto, en los asuntos puramente escoceses. Esta problemática se conoce desde entonces como la Cuestión de West Lothian. Pero cuando se sugiere que Inglaterra podría crear su propio parlamento, los ingleses se oponen. Están contentos con el parlamento británico de Westminster.
En la opinión pública inglesa, esta cuestión ha sido siempre muy influyente y constituye un elemento importante de crítica hacia el modelo de devolución de poderes. Además, el Partido Conservador ha esgrimido constantemente este argumento porque la descentralización le perjudica enormemente, ya que apenas tiene representación en Escocia. Por ello, la mayoría de las veces los diputados escoceses votan en apoyo del Partido Laborista. Hasta tal punto esta cuestión tiene vigencia que fue uno de los puntos del programa de gobierno entre conservadores y liberales y hace solo unos días, el 17 de enero de 2012, se ha creado una comisión para examinar con detalle sus implicaciones y proponer alguna solución.
En cualquier caso, la mayor parte de los ingleses reconocen que Escocia es una nación distinta y la mayor parte acepta que tienen derecho a decidir si quieren seguir dentro de la unión o no. Incluso, muchos de ellos, más del 40%, apoyarían la independencia de Escocia. Entre los escoceses, aproximadamente la mitad desean la independencia, una gran parte querrían más poderes pero dentro de la unión, y otros, seguir como hasta ahora.
Es sorprendente que haya casi tantos ingleses como escoceses apoyando la independencia. Probablemente, la razón de este comportamiento poco habitual se explique a que algunos ingleses aceptan democráticamente el derecho de Escocia a decidir su futuro. Pero también hay muchos ingleses, ferozmente nacionalistas, que quieren un Estado inglés y no quieren compartirlo en pie de igualdad con las otras naciones. Lo sensacional es que estos feroces nacionalistas ingleses son también ferozmente demócratas. Ellos no quieren un Estado plurinacional, pero saben que esta decisión no es justa respecto a los escoceses. Por eso les ofrecen la posibilidad de decidir qué quieren hacer. Si siguen dentro será con las reglas de la mayoría, que es inglesa (51 millones, frente a 5 millones de escoceses, 3 de galeses y 2 millones de irlandeses del norte). Si se van, bueno, entonces harán lo que quieran con su nuevo Estado. Al parecer, muchos ingleses prefieren ser buenos vecinos antes que malos compañeros de piso. Esto recuerda bastante al caso de los checos cuando propusieron a los eslovacos aceptar tal cual estaba el Estado que tenían o crear el suyo propio.
Hace un tiempo, un conocido profesor escocés de ciencia política vaticinó la independencia de Escocia. Cuando se le preguntó por qué estaba tan seguro de que el Partido Nacional Escocés lograría convencer a su gente y al gobierno británico, su respuesta fue sorprendente: "No es tanto que los escoceses se vayan, aunque eso también es posible, sino que serán los propios ingleses quienes les echen para poseer en solitario un Estado inglés". Los hechos parecen darle la razón.

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