Franco ante su horror

Se cumplen 40 años de la audaz y temeraria acción que el histórico abertzale Joseba Elosegi protagonizó en el antiguo frontón Anoeta ante el caudillo. Elosegi se quemó a lo bonzo ante el dictador para “llevarle ante sus ojos” el fuego con el que destruyó Gernika.

                                               
Carlos Etxeberri
- Domingo, 26 de Septiembre de 2010 -

Quería llevar aquel fuego que destruyó Gernika a la vista de quien lo provocó. No pretendí matar a Franco, hombre ya caduco cuyos partidarios lo sostenían a la fuerza de pie para mantener el mito. Era una mera figura decorativa”.

De esta forma, Joseba Elosegi, justificó años después su intento de inmolarse con fuego ante el dictador Francisco Franco cuando presenciaba un partido en el frontón Anoeta de Donostia, con motivo de los Campeonatos Mundiales de Pelota.
Han pasado 40 años desde que Elosegi se lanzó envuelto en llamas desde la segunda galería a las localidades de cancha, donde se encontraba el dictador, al grito de “Gora Euskadi Askatuta”.

Esa escena ocurrió el 18 de septiembre de 1970 y, a pesar de su arrojada acción, afortunadamente no tuvo como resultado su fallecimiento, aunque estuvo 17 días debatiéndose entre la vida y la muerte. Por esta acción, fue condenado a siete años de cárcel, de los que cumplió tres y un mes al beneficiarse del indulto promulgado a los empresarios del caso Matesa.

Elosegi aprovechó el tiempo en la cárcel para escribir su libro Quiero morir por algo, que en primer lugar fue editado en Iparralde y, en 1977, por una editorial catalana. En el mismo se recogen las memorias de un gudari que fue testigo del bombardeo y destrucción de Gernika, una imagen que le quedaría grabada para siempre y que le persiguió toda su vida hasta que maquinó la idea de inmolarse con fuego, siguiendo el modo de protesta que hacían los monjes budistas vietnamitas contra la ocupación de Indochina y cuyas imágenes tanto impacto causaba en aquella época en Occidente.

En un diario que escribió recogiendo sus vivencias en los días anteriores a arrojarse ante Franco, Elosegi reitera que no quería su muerte “aunque tampoco me preocupaba demasiado que me acompañara al otro mundo”. “Yo quería que Franco sintiera aquel fuego que provocó en Gernika para destruir la villa santa de los vascos. Aquel fuego que juraba había sido encendido por nosotros los gudaris, para desacreditarnos ante el mundo. Y yo quería llevarle aquel fuego, porque era suyo”, enfatiza Elosegi en su libro.

A pesar de que la acción fue considerada obra de un idealista y que a los dirigentes del PNV, que en aquel momento trabajaban en la clandestinidad, les sorprendió el hecho, porque la lucha contra el franquismo se tenía que hacer de otra manera, el intento de inmolación de Elosegi significó un impulso para los nacionalistas. “La forma en que se desarrolló fue un revulsivo. El hecho, como todas las cosas que hacía Joseba, fue sobresaliente e inexplicable. Lo curioso es que lo hizo sin contar con nadie, sino que lo llevó a cabo a título individual y con la colaboración de un amigo suyo llamado Xanti, de un bar de la Parte Vieja”, recuerda Gerardo Bujanda, que en aquel tiempo era el máximo responsable del PNV en Gipuzkoa.

Bujanda, que tuvo una gran relación con Elosegi, hasta que éste se pasó a EA, tras la escisión del PNV, explica que el acto de Anoeta “tuvo un efecto y fue un acicate, sobre todo para los jóvenes, al ver que una persona mayor era capaz de inmolarse por la defensa de sus principios”.

Efectivamente, tal fue el efecto que la acción tuvo entre la juventud vasca de aquellos años del tardo franquismo que los cantautores lapurtarras Etxamendi eta Larralde escribieron una canción sobre Joseba Elosegi que pronto entró a formar parte del cancionero popular.
Elosegi, que tenía un concepto sentimental y romántico de los conceptos de nación y patria, hizo la acción en solitario sin que sus más íntimos lo supieran, “simplemente por no responsabilizar a nadie” y evitar la reacción del régimen.

Bujanda corrobora esta apreciación al afirmar que “Elosegi era un patriota ante el que había que descubrirse, porque todo lo que hizo fue por amor a su patria”.

La ikurriña de Madrid Ese individualismo, que no tenía ninguna connotación de notoriedad con el que actuaba, se reprodujo catorce años después, cuando el 6 de junio de 1984, siendo senador por el PNV, sustrajo una ikurriña del batallón Itxarkundia que se hallaba expuesta en el Museo del Ejército en Madrid, en una vitrina que contenía banderas arrebatadas por las tropas de Franco durante la Guerra Civil.

Elosegi retiró la bandera del mástil donde se exhibía y la guardó bajo la chaqueta, hecho que fue fotografiado por un periodista del diario Deia. Posteriormente, las imágenes fueron publicadas en ese periódico, por lo que el fiscal general del Estado de aquella época interpuso una querella por un presunto delito de hurto.

El entonces senador del PNV justificó la sustracción al considerar que con la colocación de la ikurriña en ese museo, bajo el concepto de banderas arrebatadas al enemigo, se hacía “una ostentación vejatoria y significaba hacer apología de la sublevación del 18 de julio de 1936″.
No era la primera vez que Elosegi tenía problemas por defender la ikurriña. El 18 de julio de 1946 la colocó en el pararrayos de la catedral donostiarra del Buen Pastor, que se halla a 75 metros de altura. La mala fortuna fue que Elosegi y un amigo suyo fueron detenidos cuando de madrugada salían de la iglesia, al ser confundidos con unos ladrones por un transeúnte.

Comentarios